Aprendizaje, innovación y cambio, … parte del nuevo liderazgo de la era digital

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Una actitud reactiva más que proactiva está generando ya problemas en el seno de muchas organizaciones. También en el entorno profesional a título individual. Es decir, si solo actuamos respondiendo a los retos que plantea el nuevo escenario digital en lugar de proponiendo nuevas maneras, nuevos enfoques o nuevas soluciones, está claro que nuestra operativa irá siempre “a remolque”; no habrá tiempo, ni energía, ni el conocimiento necesario para la innovación; y nuestra posición en cualquier comparativa frente a empresas más proactivas ocupará, siempre, los últimos lugares.

No se trata de ser catastrofistas ni de regodearse en la necesidad -de momento, no cubierta- de proponer, más que de responder. Pero sí me parece necesario poner el acento en aquellas cuestiones que apuntan, más al cambio de actitud que al cambio de negocio. Lo hemos dicho muchas veces: la transformación digital es una transformación más, cultural, que tecnológica. Y, lo sigo pensando. Por eso, insisto en la idea de que las decisiones que se tomen en la empresa deberán ir a mayor velocidad que cualquier cambio que se avecine en el entorno. Y, sí. Esto es algo realmente difícil de conseguir pues la velocidad a la que se producen estos cambios es, simplemente, vertiginosa.

Unido a esto, encontramos también otra afirmación recurrente. La de que la transformación digital es una transformación hecha por y para las personas. Y no tanto, una transformación tecnológica -que también- aunque en último extremo y siempre viendo a la tecnología como un vehículo, un facilitador para alcanzar el fin y no el fin en sí mismo.

Por lo tanto, si hablamos de una transformación que deberán impulsar las personas, hablamos también de una transformación que deberán liderar solo aquellas personas que tengan la habilidad y la capacidad suficiente como para gestionar la velocidad del cambio. Y, más aún, aquellas que tengan la capacidad para generar nuevos cambios en estos entornos convulsos.

Hablamos, entonces de organizaciones que apuesten por personas capaces de llevar la flexibilidad y la agilidad a otros niveles, organizaciones y, por tanto, personas, que sean resilientes y faciliten la comunicación y la colaboración. Poco a poco, se difuminarán las jerarquías y se “disfrutará” de los cambios, entendiéndolos como algo permanente y, hasta, positivo. Llegar a este estado de Nirvana es complicado, está claro. Pero ese debe ser el objetivo.

Autonomía y colaboración

A veces, cuando hablamos de autonomía, confundimos el término, con aislamiento. Nada que ver. La autonomía permite que la gente desarrolle su talento, fomente su capacidad de autogestión, individual y, también, de los equipos con los que trabaja. La autonomía te permite probar cosas, procesos, modelos nuevos. Es la semilla de la innovación. Y ya sabemos que la innovación permanente es al antídoto con el que mejor se combaten los efectos del cambio permanente. ¿no? La autonomía permite impulsar la identificación e, incluso, la generación de nuevos líderes que ayudarán a impulsar cualquier iniciativa de mejora que la organización quiera poner en marcha.

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en la era digital. Share on X

El aislamiento nada tiene que ver con esto. Trabajar en solitario, sin compartir, sin colaborar, sin intercambiar, no es posible en un momento en el que las demandas de los clientes y potenciales exigen respuestas inmediatas y precisas. En un entorno en el que la tecnología hace posible que las organizaciones puedan ser, como decíamos al principio, más proactivas que reactivas., actuar como un llanero solitario, simplemente carece de sentido. Si el entorno lo pide y la tecnología lo permite, ¿qué crees que les pasará a las empresas que no sean capaces de adaptarse? Pues eso mismo. Simplemente acabarán desapareciendo.

Formación y aprendizaje continuo

Para conseguir esa agilidad que necesitan las empresas es necesario apostar por un liderazgo interno que, además de ser digital, sea transformador e innovador. Y, que busque y “aprenda” nuevas y mejores maneras de adaptarse. Y, más aún, nuevas y mejores maneras de anticiparse. Como decía antes, la transformación y, el liderazgo digital, no tienen tanto que ver con la tecnología o con la necesidad de asimilar los cambios con rapidez.

La transformación digital tiene que ver con asumir y entender las nuevas reglas del juego y con la generación y aprovechamiento de nuevas oportunidades, vía creatividad, vía innovación, vía conectividad -tecnológica, sí, pero, sobre todo, personal- vía aprendizaje, vía formación, vía aprovechamiento del talento de todas las personas que conforman la organización …

Me parecen interesantes las iniciativas de los espacios de trabajo compartido, de las áreas de innovación o de apoyo a las conductas y comportamientos innovadores que ya han puesto en marcha diferentes organizaciones porque ayudan a que cada uno aporte lo mejor de si mismo en beneficio del bien común. Además de ser un elemento dinamizador, es un elemento altamente motivador, y, en muchos casos, la mejor estrategia posible de fidelización del talento.

Con respecto al aprendizaje, solo un apunte que creo que es relevante. Y es que el modo en el que aprendemos también ha cambiado. Lógicamente, la tecnología ha desempeñado un papel facilitador en este sentido. Pero, también, culturalmente, hemos dado por buenas no solo las diferentes aplicaciones instantáneas que tenemos a nuestra disposición para adquirir nuevos conocimientos, sino los nuevos modelos de autodesarrollo, las nuevas políticas de intercambio de conocimientos, de compartir, de colaborar para aprovechar el talento y generar, así, nuevas fuentes de conocimiento.

Resumiendo: cualquier empresa que afirme ser digital deberá antes chequear algunas cuestiones básicas relacionadas con la colaboración, la innovación, la autonomía o el aprendizaje en el seno de su negocio. Y, deberá ser capaz de responder con honestidad a la siguiente pregunta: soy reactiva o proactiva ante los cambios. Y, a partir de ahí, tomar las decisiones que procedan.

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